Martha Beck y Raymond Fernández



 "Los Asesinos de Corazones Solitarios"

Raymond Fernández
“Nunca maté a nadie. Soy incapaz de matar a una mosca”.
Raymond Fernández Martínez, hijo de padres españoles, nació en Hawai el 17 de diciembre de 1914. Su padre, un obrero, trataba a su hijo con dureza; el niño, pequeño y débil, nunca fue su preferido. Más tarde la familia se trasladó a Estados Unidos. El padre de Fernández compró una pequeña finca en Fairfield, Connecticut. A Raymond siempre le encargaban las tareas más desagradables. A pesar de que era muy inteligente, su padre no le dejó ir al colegio, y a los dieciséis años lo sorprendieron robando pollos. Los padres de sus otros dos cómplices pagaron la fianza; pero el padre de Raymond se negó y éste pasó dos meses en prisión. Durante la Gran Depresión de los años treinta, la familia se trasladó al sur de España. El padre de Fernández se convirtió en un importante hombre de negocios y llegó a ser alcalde de Orgiva. A los veinte años, Raymond se casó y durante la Segunda Guerra Mundial se marchó a Gibraltar, donde trabajó como vendedor de helados; a la vez realizaba labores de espionaje, obteniendo información para el gobierno británico.

Raymond Fernández

En 1949 fue arrestado y el Departamento de Defensa y Seguridad de Gibraltar, declaró que “Raymond Fernández es totalmente leal a la causa aliada, y ha desempeñado sus deberes algunas veces difíciles y peligrosos, perfectamente”. Al haber nacido en Hawai, Fernández era ciudadano estadounidense y en 1945 regresó solo a América. Durante el viaje por mar hacia Curaçao, en las Islas Occidentales, tuvo lugar el accidente que cambió su vida. Fue una herida en la cabeza lo que convirtió a Raymond Fernández en un maníaco. En diciembre de 1945, estando en el mar, se cayó una escotilla y le golpeó en la cabeza con tanta fuerza que le traspasó el cráneo y lesionó el cerebro, dejándole una profunda cicatriz para toda la vida. Sobrevivió de milagro. Antes de ese evento, Fernández era un hombre de carácter afable, trabajador y fiel a su mujer, que se encontraba en España. Después del accidente y tras pasar diez semanas en el hospital, se convirtió en un criminal.

Primero pasó un tiempo en la cárcel por un extravagante delito cometido poco después de abandonar el hospital en marzo de 1946: en Mobile, Alabama, intentó pasar por la aduana un cargamento ilegal. El 4 de abril de 1946, Fernández se declaró culpable de intento de robo. “No podía evitarlo, no sé por qué”, dijo antes de ser sentenciado a un año de prisión en Tallaahassee, Florida. En la cárcel había muchos indios, y se hablaba de vudú y de magia negra. A Fernández le fascinó todo eso, particularmente las historias sobre hipnotismo. Se convenció de que él mismo poseía poderes mágicos. Para comprobarlo, escribió al juez que le había sentenciado, quejándose de que se le había impuesto un castigo demasiado severo. Luego empleó varios días intentando influir en el juez mediante la hipnosis. Sus poderes parecieron funcionar: los funcionarios del Tribunal pidieron clemencia al juez y se le redujo la pena. Para Fernández esto fue toda una revelación. Si, según creía, podía influir sobre la gente a larga distancia, entonces nada era imposible. Podía hacerse rico o famoso o, lo que era aún mejor, tener a todas las mujeres que quisiera.



Martha Beck nació como Martha Jule Seabrock; fue la hija pequeña de una madre dominante. Su padre, un hombre tímido y retraído llamado William Seabrook, abandonó a la familia cuando la niña tenía diez años. Nacida en Milton, Florida, en 1920, era una chica taciturna y malhumorada, una joven fea y obesa que desagradaba a todos y a la que todos ignoraban. Los otros niños la atormentaban. Un desorden glandular le provocó un aumento de peso terrible y una actividad sexual desordenada; pero su madre, al advertido, hizo lo imposible para que Martha no pudiera llevar a cabo sus deseos.

Martha Beck



Uno de los problemas de Martha Beck consistía en que no había pasado de forma gradual de ser una niña a ser una mujer. El trastorno glandular que le hacía estar tan obesa (una deficiencia de la glándula pituitaria de los ovarios), hizo que tuviera su primera menstruación a los nueve años. Los hombres notaban que estaba bien desarrollada y trataban de acercarse a ella. La primera vez que un hombre intentó acariciarla, Martha huyó llena de temor. El autor Wenzell Brown, que hizo un estudio del caso publicado como Introduction to murder, escribió: “físicamente era una mujer que deseaba ser amada tanto como cualquier otra, pero sin haber madurado plenamente aún y sin tener el más mínimo conocimiento sobre el sexo”. Sentía deseos sexuales pero su madre la tenía totalmente vigilada e incluso una vez golpeó a un chico con su paraguas porque acompañaba a su hija al teatro. Además de un desarrollo precoz, Martha era una mujer muy dominante que disfrutaba con el sexo duro y a la que no le interesaba el galanteo previo a una mayor intimidad. Toda su vida tuvo una gran necesidad de afecto y de romanticismo alimentado además por la lectura de revistas baratas.

Julia Seabrook, madre de Martha Beck

A los veintidós años, aprobó los exámenes de enfermera. "Creo sinceramente que puedo hacer algo para ayudar a la humanidad", escribió en su solicitud de ingreso a la escuela local de Enfermería de Pensacola. Pero su apariencia física estaba en contra suya, y no pudo encontrar trabajo. Finalmente, se colocó en un servicio de pompas fúnebres, donde lavaba y amortajaba los cadáveres. Pasaba su tiempo libre leyendo revistas del corazón. Cuando la frustración le llevó al borde de un colapso nervioso, Martha se trasladó a California. Allí encontró trabajó en un hospital, y se dedicó a acosar a los hombres que esperaban en las paradas de autobús. Uno de ellos la dejó embarazada. La unión terminó cuando el hombre intentó suicidarse y Martha sufrió un colapso nervioso que la dejó supuestamente amnésica.

Las hermanas de Martha


Al volver a Pensacola, mintió a su familia y a sus amigos: dijo que se había casado con un oficial de la Marina que había muerto en la guerra. Después de dar a luz a su hijo, trabajó en el hospital en el que había nacido el pequeño. Unos pocos meses después, el 31 de mayo de 1944, la despidieron por conducta escandalosa. El 13 de diciembre de ese mismo año se casó con un conductor de autobús llamado Alfred Beck, pero seis meses después, cuando estaba embarazada de nuevo, Martha pidió el divorcio. Sin embargo, después de dar a luz a su segundo hijo, las cosas empezaron a irle bien en el trabajo. El 15 de febrero de 1946, Martha comenzó a prestar servicio en la residencia para niños minusválidos de Pensacola, y en el otoño la nombraron directora.



Martha bebía mucho y comía compulsivamente. No parecía encontrar ninguna relación amorosa duradera o estable, hasta que en el mes de noviembre un conocido suyo le gastó una broma pesada. Escribió al Club de Corazones Solitarios de Nueva York en su nombre, pidiendo que le mandaran una solicitud de inscripción. Sin saberlo, esa broma desencadenaría lo que se convertiría en un periplo de muerte y sufrimiento para muchas personas.



El folleto del club Mother Dineene's Friendly que recibió Martha Beck en el buzón del correo en noviembre de 1947 era una hoja raída con la foto de ocho mujeres. Todas las fotos, aunque borrosas, eran de mujeres de avanzada edad. Cada una de ellas tenía las iniciales del nombre y agradecían al club Mother Dineene el que las hubiera ayudado a encontrar marido. Cuando Martha rellenó la solicitud, escribió que la gente decía de ella que era “ingeniosa, vivaz y con mucha personalidad”. Naturalmente, no mencionó que había llegado a pesar más de 120 kilos y que tenía dos hijos. A pesar de las dudas envió la carta y cinco dólares a Nueva York.



Raymond Fernández se sentía dominado por una furia sexual desorbitada. No importaba que se tratara de mujeres jóvenes y bellas o mujeres añosas y poco atractivas. Cualquier mujer le despertaba un incontenible deseo sexual. En los años siguientes, según su propia versión, Fernández se acostó con más de un centenar de mujeres. De vuelta en Nueva York en diciembre de 1946, se quedó con unos parientes que encontraron que el hombre tímido y formal, de modales impecables que ellos conocían, se había convertido en un maníaco de ojos hundidos que desvariaba sobre magia e hipnotismo. En 1947, Fernández decidió utilizar sus poderes. De acuerdo con las leyendas sobre vudú, sólo necesitaba alguna cosa de una mujer, un mechón de cabello o incluso una carta, para tenderle una trampa. En la ciudad de Nueva York había bastantes mujeres solas de mediana edad que deseaban tener un romance. Muchas de ellas pertenecían a clubs de corazones solitarios que se anunciaban en las revistas. De uno de estos clubs, el Mother Dinene's Friendly Club, Fernández consiguió una lista de direcciones. Pronto le llovieron respuestas sentimentales. “¿Habías oído antes tanta sensiblería?”, preguntaba Fernández; pero él se hallaba lo suficientemente dotado para llenar la soledad de estas mujeres. Poseía una educación tradicional, encanto y seguridad en sí mismo. Era alto y delgado, de tez macilenta y ojos oscuros. Escondía bajo un bisoñé la fea cicatriz en la frente que le había dejado el accidente en el mar.



Algunos de los anuncios para “Corazones Solitarios”



Pronto, Raymond Fernández se puso en contacto con varias mujeres a la vez. Muchas de ellas se enamoraron de él a primera vista, y otras, incluso matronas respetables, se prestaron a acostarse con él en su primer encuentro. Fernández atribuía su éxito a su mirada hipnotizadora. Cuando una mujer se oponía a sus deseos acudía a rituales ocultos, como el de esparcir sobre las cartas que escribía unos “polvos mágicos” que había comprado en una tienda jamaicana de Nueva York. Pocas mujeres se le resistían durante mucho tiempo. Fernández llegó a sostener relaciones amorosas con una docena de mujeres al mismo tiempo. Se sentía obligado a demostrar algo, pero también descubrió otros beneficios. Muchas de sus mujeres eran adineradas, y se mostraban dispuestas a abrumarle con su dinero. Parecía absurdo rechazarlo.



En la primavera de 1947, Raymond Fernández conoció a una cocinera de mediana edad llamada Jane Lucilla Wilson Thompson, que vivía con su madre en un apartamento en la calle Oeste, 139. Ella aceptaba huéspedes y Fernández pronto se trasladó allí. Lucilla Thompson, como decía llamarse, estaba separada. En agosto, ella y Fernández planearon unas vacaciones en España. Se embarcaron en octubre, viajando como marido y mujer, y visitaron Madrid, Granada y Málaga. Llevado por la extraña irracionalidad que ya le había hecho cometer un delito, Fernández llevó a Lucilla Thompson a conocer a su verdadera mujer, Encarnación, y a sus cuatro hijos, que vivían en La Línea, en una única habitación de una desmantelada hostería. Durante varios días las dos mujeres convivieron educadamente la una con la otra, hasta que Lucilla Thompson sintió que estaba compartiendo a su “marido”.

Encarnación, la verdadera esposa de Raymond Fernández


La noche del 7 de noviembre de 1947, estalló en un ataque de rabia y amenazó con volver sola a Estados Unidos. A la mañana siguiente, Lucilla Thompson apareció muerta en su habitación del Hotel Sevilla. Un médico local diagnosticó un ataque al corazón derivado de una gastroenteritis. No parecía haber nada sospechoso y Fernández pudo dejar la ciudad al día siguiente. El 29 de noviembre se embarcó rumbo a Nueva York. A principios de 1948, una mujer inglesa apellidada White declaró en el consulado de Estados Unidos en La Línea, que sospechaba que Lucilla Thompson había sido asesinada. Las dos mujeres se conocieron en el viaje a España, y luego se continuaron escribiendo. La señora White advirtió que el “marido” de su amiga era bastante más joven que ella, y que no la dejaba hablar con otros pasajeros. Gracias a su persistencia, la policía de La Línea descubrió que Fernández había adquirido una botella de digital en la farmacia del hotel dos días antes de la muerte de su “esposa”. Este medicamento provocaba los mismos síntomas que el de un ataque al corazón. El cadáver de Lucilla se hallaba en avanzado estado de descomposición y no se le pudo practicar una autopsia.

Lucilla Thompson (click en la imagen para ampliar)

En diciembre de 1947, Fernández volvió al apartamento de Lucilla Thompson en Nueva York y se presentó ante su madre, Pearl Wilson, con un documento que le nombraba único heredero de la propiedad de su hija. Esta estaba tan deprimida que no cuestionó la autenticidad del documento. Un examen minucioso hubiera demostrado que se trataba de una falsificación. Fernández había conseguido que Lucilla Thompson firmase en dos hojas de papel en blanco, y sobre ellas había redactado el documento.

Pearl Wilson, la madre de Lucilla Thompson

Fernández volvió a escribirse con mujeres solitarias. Le pareció interesante una chica de veintiséis años que era directora de una residencia para niños minusválidos y tenía su propio apartamento. Era Martha Beck. Cuando Fernández la conoció se quedó de una pieza: era una mujer gordísima y muy fea. Pero también era posible que fuese rica, así que, sin demostrar mucho entusiasmo, la acompañó a su casa, donde ella le ofreció una abundante cena. Beck hablaba constantemente sobre su gordura e insistía en sus defectos. Su autoestima era inexistente. Fernández no pareció alarmarse cuando Martha le dijo que había estado casada dos veces y que tenía dos hijos.



Pronto la situación se hizo peligrosa. Martha estaba locamente enamorada y convencida de que por fin sus deseos se habían hecho realidad al encontrar un amante tan romántico. Cuando ella le confesó su amor, se acobardó. Y además Martha era pobre. Después de pasar dos días en Florida, Fernández se despidió con fingido pesar y volvió a Nueva York. Ella entonces le escribió una serie de cartas de amor, pero en enero de 1948 recibió una horrible noticia. Fernández le escribió para decide que ella había interpretado mal sus sentimientos y que más que pasión, lo que él sentía por ella era respeto. La misiva terminaba diciendo que no deberían volverse a ver. Martha entonces dejó a sus hijos con una vecina, volvió a su casa, encendió el horno y metió la cabeza dentro. La vecina, preocupada por el estado en que había visto a su amiga, fue a su casa a ver qué pasaba y al percibir el olor a gas, llamó a la policía. Martha Beck había escrito una nota de despedida a Fernández. Pocos días más tarde, él la recibió con el correo; en ella Martha describía el intento de suicidio.



Sin sentir remordimiento alguno, ni la necesidad de evitar un escándalo, él le contestó una carta afectuosa en la que la invitaba a Nueva York. Martha pidió un permiso de dos semanas en la residencia y cogió el primer tren. En Nueva York, Martha encontró la felicidad. Su romance era tan apasionado como antes. Pero Fernández no quería sentirse atado a nadie. Cuando ella regresó al sur, él la despidió en el tren con un suspiro de alivio. De vuelta en Florida, Martha se enteró de que la residencia para niños minusválidos de Pensacola la había despedido. No le dieron ninguna explicación pero, en una comunidad tan pequeña, las noticias sobre la tórrida relación entre Martha y Fernández la habían hecho centro del escándalo. Ella intentó defenderse acudiendo a los periódicos locales para que abogaran por su causa; pero, lejos de ello, la publicidad sobre el escándalo se disparó, y se le garantizó que nunca volvería a encontrar trabajo como enfermera en Florida.

Martha y Raymond: amantes sanguinarios


El 18 de enero de 1948, Fernández, atónito, encontró a Martha y a sus hijos en la puerta de su casa de Nueva York. Él le dijo muy seriamente que no podía aceptar a los niños en su casa, así que Martha se las arregló para dejarlos en casa de su madre en Florida. Si hasta entonces había sido una madre devota, a partir de este momento cambió y no volvió a mostrar ningún interés por ello. De hecho, jamás volvería a verlos. Una vez instalada en el piso de Fernández, no perdió el tiempo y obligó a la madre de Lucilla Thompson a abandonar el apartamento. Una vez que se quedaron solos, él decidió jugarse el todo por el todo. Le dijo francamente que no podía casarse con ella porque se ganaba la vida seduciendo a mujeres solitarias. Martha se quedó estupefacta. Pero en vez de poner fin a la carrera de su amante, decidió tomar parte en ella.




La siguiente víctima fue la señora Esther Henne, una viuda jubilada, profesora de un colegio de Pennsylvania. Después de un breve noviazgo, Fernández le propuso matrimonio, Pero Martha era demasiado celosa y no quería dejarle marchar. La presentó como su hermana y los tres viajaron en el coche de la novia hasta Fairfax, Virginia, donde Esther Henne y Fernández se casaron el 28 de febrero de 1948. La novia desconocía por completo que él ya estaba casado y que por consiguiente estaba cometiendo bigamia.

Esther Henne

De vuelta en el apartamento de la Calle Este 139 de Nueva York, Fernández hizo todo lo que pudo para apropiarse del dinero y las propiedades de su nueva esposa. Pero ella se mostró muy precavida. "Discutíamos agriamente porque yo no le quería ceder mis pólizas de seguro ni mi pensión como profesora”, declararía más tarde la señora Henne. Y después de escuchar rumores de otros inquilinos sobre la sospechosa muerte de Lucilla Thompson, un buen día huyó a Pennsylvania. Allí consiguió, a través de procedimientos legales, recuperar su coche y trescientos dólares.



Fernández empezó a tener problemas. Una de las mujeres con la que salía se quedó embarazada y quería casarse con él. Decidió vender el apartamento e ir en busca de nuevas víctimas. Por medio del club Mother Dinene's Friendly encontró una: Myrtle Young, de Greene Forrest, Arkansas. Cuando el hipotético novio se presentó con su “hermana”, la señora Young se quedó encantada. Fernández cometió bigamia por segunda vez al casarse por lo civil en el condado de Cook, Illinois, el 14 de agosto de 1948. Durante la luna de miel, en una barata pensión de Chicago, la recién casada se fue impacientando progresivamente. Fernández no podía consumar el matrimonio. Esta situación y el alboroto que armó Martha Beck en un arranque de celos, no ayudaron precisamente a arreglar las cosas. Al tercer día, Myrtle Young dijo que si su “cuñada” no se marchaba, se iría ella. Los tres se enzarzaron en una agria pelea que terminó cuando la nueva esposa tomó un frasco de barbitúricos. Fernández y Beck, que se las habían arreglado para sacarle cuatro mil dólares a la víctima, decidieron deshacerse de ella. La dejaron, al borde de un colapso, en un autobús con rumbo a Arkansas. Durante el viaje sufrió un ataque y poco después moría de hemorragia cerebral en un hospital.



Myrtle Young (click en la imagen para ampliar)

Las Navidades de 1948 fueron deprimentes. Beck y Fernández se habían gastado casi todo el dinero que le estafaron a Myrtle Young, y ya habían elegido a su nueva víctima. Se trataba de Janet Fay, una viuda de sesenta y seis años de Allbany, en el Estado de Nueva York. La señora Fay era muy devota. Cuando un tal "Charles Martin” le escribió diciendo que compartía sus creencias religiosas, se entabló entre ellos una amistad por carta basada en sus mutuas convicciones. La viuda se entusiasmó con la próxima visita de su nuevo amigo. El día de Año Nuevo de 1949, "Charles Martin” se presentó en el apartamento de la señora Fay acompañado de una mujer muy gruesa a la que presentó como su hermana. Fernández le contó que había perdido su cartera el día anterior, y le preguntó si él y su hermana podían quedarse en su casa hasta que les llegara más dinero. La señora Fay accedió enseguida; estaba fascinada con Raymond. El 2 de enero, ella aceptó su propuesta de matrimonio y al día siguiente retiró 2.500 dólares de su cuenta corriente. Después el trío se dirigió al nuevo apartamento que Beck y Fernández habían alquilado en Long Island. Janet Fay confiaba en su prometido completamente y al llegar a Long Island le endosó dos cheques por un total de 3.500 dólares.

Una de las cartas de “Charles Martin”, pseudónimo de Raymond Fernández


Sin embargo, esa misma noche empezó a pensar que se había precipitado. Ella y Martha durmieron en la misma cama, y la viuda le acosó con preguntas sobre la infancia de su prometido. Pero Martha se mostraba taciturna. Finalmente, la señora Fay perdió los estribos y le gritó: “¡Aunque seas la hermana de Charles, no permitiré que vivas con nosotros cuando estemos casados!” Saltó de la cama y despertó a su novio para explicarle lo ocurrido. Martha la siguió y, sin mediar palabra, la golpeó en la sien con un martillo, dejándola inconsciente. Luego siguió pegándole. Janet Fay murió poco después a consecuencia de los golpes. Fernández, invadido por el pánico, gritó: “¡Por Dios, Martha! ¿Qué has hecho?” Quiso llamar a la policía, pero ella se arrodilló ante el cuerpo de la víctima y dijo: “Está muerta”. Paralizado por el miedo, ayudó a Martha a limpiar la sangre que había en el suelo y cubrió con una toalla la cabeza de la señora Fay. Martha Beck admitió que la había golpeado en un ataque de celos.



Janet Fay

Al día siguiente, 4 de enero de 1949, compraron un gran baúl y metieron dentro el cadáver. Siete días después lo ocultaron bajo una capa de cemento en el sótano de una casa alquilada en Queens. Raymond Fernández todavía confiaba en sus “poderes mágicos”. No se dejaba intimidar por la larga lista de muertes que iban dejando detrás suyo. El mismo día en que la viuda Fay fue asesinada, recibió una carta de Delphine Downing, una viuda de cuarenta y un años que vivía en Grand Rapids, Michigan, con su hija de dos años, Rainelle. “Charles Martin” llegó con el cuento de siempre y con su “hermana”, y sugirió el traslado a casa de la nueva víctima.


En pocos días dormía con ella mientras Martha hacía lo imposible por disimular su odio y su rabia. Existen varias versiones sobre lo que ocurrió a continuación. La más verosímil es que el domingo 27 de febrero de 1949, Martha ofreció a su rival unas pastillas que le provocarían un aborto. En realidad las pastillas eran somníferos. Luego, cuando la señora Downin estaba profundamente dormida. Fernández le envolvió la cabeza con una sábana y la mató con el revólver de su ex marido. Una vez hecho esto, Raymond sufrió un colapso nervioso. Estaba aturdido y desmoralizado por lo que acababa de hacer.

La casa donde ocurrieron los crímenes



Fue Martha, la eficiente enfermera que tantas veces había amortajado cadáveres, la que se hizo cargo de todo. Enterraron el cadáver en el sótano bajo una capa de cemento. Fernández estaba a punto de desmayarse. “¿Qué vamos a hacer?”, le preguntaba a ella una y otra vez. Durante dos días estuvieron dando vueltas a varios planes para deshacerse de Rainelle Downing. La niña les rehuía y se negaba a comer. Sabían que llamaría la atención si la dejaban en un orfanato. Finalmente, Fernández le ordenó a Martha que la matara. Esta la llevó al sótano diciéndole que iba a bañarla; la niña se resistía, pero la corpulenta Martha la obligó. Una vez allí, la ahogó en una tina de lavar la ropa. Él le ayudó a enterrar a la niña junto a su madre.



Poco después, dos vecinos que sospechaban algo raro llamaron a la puerta. La pareja estuvo charlando un rato con ellos, luego los despidieron y se fueron al cine. Poco después, de regreso a casa, volvieron a llamar a la puerta. Eran dos oficiales de policía. Martha Beck y Raymond Fernández fueron arrestados. En la prisión de Kent, Fernández finalmente confesó todo y relató cada uno de los episodios de su carrera criminal junto a Martha Beck, que también confesó a su vez, aunque su versión difería en algunos aspectos de la de su cómplice y amante.

La policía con los baúles que contenían el cadáver de Janet Fay


Al día siguiente todos los periódicos publicaban la historia de la pareja bautizada como “Los Asesinos de Corazones Solitarios”. Las víctimas fueron exhumadas, y la policía de La Línea, en España, fue requerida de nuevo para reabrir el caso sobre la muerte de Lucilla Thompson. Sobre todo fue el asesinato de la niña lo que más conmocionó a la opinión pública de Estados Unidos.

Los titulares



En el Estado de Michigan no existe la pena de muerte; así que Beck y Fernández fueron trasladados a Nueva York, donde los asesinos condenados podían ser ejecutados. Allí fueron juzgados por el asesinato de Janet Fay.
Beck y Fernández al llegar a Nueva York



“No quiero volver a Nueva York”, dijo Martha en su celda. Y llorando, añadió: “No quiero morir en la silla eléctrica”. Sin embargo, tras el arresto, Fernández parecía haber escarmentado y su comportamiento cambió.



La seguridad que tenía en sus “poderes mágicos” había desaparecido; se hizo más reservado, y volvió a ser el hombre que era antes de recibir el golpe en la cabeza. “Deberían matarme”, dijo. “He hecho cosas horribles, pero no le tengo miedo a la silla eléctrica”.
Los agentes encuentran varios instrumentos utilizados por la pareja asesina


En junio de 1949 la pareja compareció ante los Tribunales del Bronx por el asesinato de Janet Fay. Se declararon “no culpables” de asesinato en primer grado. Su defensa era poco convincente. Su abogado, Herbert Rosenberg, sostenía que Martha Beck estaba loca y que Fernández no sabía que ella iba a matar a la señora Fay.



Pero más tarde, la defensa de Fernández decidió cambiar su planteamiento y se declaró “no culpable por incapacidad mental”. Como prueba de ello se hizo un amplio relato de la anormal conducta sexual de ambos, pero de nada sirvió.
Ficha policíaca de Martha Beck

El 17 de junio de 1949, tras un juicio que había durado cuarenta y cuatro días, Beck y Fernández, culpables de asesinato, fueron sentenciados a morir en la silla eléctrica.

Fernández leyendo sobre el juicio en los periódicos


Poco antes de ser ejecutada, Martha Beck se aferró a la idea de que Raymond Fernández sí la había amado. Uno de sus peores momentos fue cuando a Fernández le diagnosticaron sífilis en la cárcel y ella supo que también estaba contagiada. “Mis recuerdos no pueden ayudarme ahora. Nunca me quiso, ¿verdad?”, le preguntó al médico de la prisión. Este le respondió: “No, nunca la quiso”.



Fernández declaró a los médicos que sentía un “cariño sincero” por Martha, así como “una gran consideración”, pero que no la amaba. El 8 de marzo de 1951, tras agotar todos los recursos de apelación, Martha Beck y Raymond Fernández, los “Asesinos de Corazones Solitarios”, fueron electrocutados en la prisión de Sing-Sing, en Nueva York.

El menú de la opípara última cena de Raymond Fernández


Dos horas antes de la ejecución, Raymond Fernández le envió a Martha un mensaje en el que decía: “Me gustaría gritarle al mundo el amor que siento por ti”. Cuando ella lo recibió, se le iluminó el rostro, abrazó a una enfermera y dijo: “Ahora sé que Raymond me quiere y puedo afrontar la muerte con alegría”.

Orden de ejecución de Martha y Raymond


En el otoño de 1951, el doctor Richard Hoffman, uno de los psiquiatras que había prestado testimonio por parte de la defensa, publicó un artículo en el que ponía en entredicho la versión hasta entonces aceptada de la responsabilidad compartida en los crímenes de los “Asesinos de Corazones Solitarios”.



El doctor Hoffman afirmaba que Raymond Fernández se había convertido en un sádico después de luchar junto a los fascistas en la Guerra Civil Española, y que el golpe que había recibido en la cabeza no era la causa de su criminalidad.



Asimismo, decía que Martha Beck no era responsable de las muertes de Janet Fay y Rainelle Downing, pero que, aterrorizada por los supuestos poderes hipnóticos de Fernández, no se atrevía a negar los hechos.



Fernández había insistido en que si él iba a ser ejecutado, ella también lo fuera. Esta versión de los hechos fue muy criticada por los estudiosos del caso, pero lo cierto es que aún no se sabe con certeza qué papel jugó cada uno de ellos en los crímenes.


Su historia inspiró tres películas: Amantes sanguinarios (Los Asesinos de la Luna de Miel); Amores asesinos, con John Travolta, Jared Leto y Salma Hayek; y la cinta mexicana Profundo carmesí, dirigida por Arturo Ripstein, quizás la mejor versión de esta historia. Un episodio de la serie de televisión Cold case retomó la historia. Su impacto se reflejó también en la canción “Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band”, canción de The Beatles inspirada en esta pareja de asesinos, incluida en el disco del mismo nombre.
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