MUJERES Y PSICOPATÍA: Por Darío Calabor
En la mente de una asesina en serie
Son muchas menos que los hombres,pero las hay y, según los expertos,
son las asesinas perfectas: discretas, no torturan, no siembran el
pánico diseminando cadáveres. Ellas, sencillamente,matan. ¿Pero cómo son
las asesinas en serie? ¿Cómo actúan? ¿Por qué lo hacen? Psiquiatras y
criminólogos empiezan a tomárselas en serio y han descubierto unas
sutiles mentes criminales.
Era una viuda encantadora que hacía la mejor tarta de
manzana de Sacramento (Estados Unidos). Regentaba una casa de huéspedes a
los que engordaba con sus guisos; incluso publicó un libro de recetas.
Para entonces, Dorothea Puente ya estaba en la cárcel. A finales de los
80, la Policía desenterró siete cadáveres del jardín de su residencia.
Dorothea fue condenada a cadena perpetua por drogar y asesinar a sus
huéspedes -la mayoría, ancianos y alcohólicos-, una condena que cumplía
en la prisión de Chowchilla (California), hasta que en marzo pasado
murió a los 82 años. Era una de las pocas asesinas en serie registradas
en la historia.
Hay pocas, pero las hay. Según un estudio de la
Universidad de Fresno, de 399 asesinos en serie identificados en Estados
Unidos en casi dos siglos -de 1800 a 1995-, solo 62 eran mujeres: uno
de cada seis. Ellas mataron a unas 584 personas; ellos, a 3807. Se sabe
muy poco de ellas, en comparación con lo mucho sobre ellos. Solo en los
últimos años ellas han despertado al fin el interés de psiquiatras y
criminólogos. Un rasgo común entre unas y otros es que la abrumadora
mayoría presenta un trastorno de personalidad antisocial, una
psicopatía. Por ahí van hoy las nuevas investigaciones.
Según el psicólogo norteamericano Jonathan Kellerman, el
número de hombres diagnosticados como psicópatas supera al de mujeres en
ocho a uno. Este dato y la acción de la testosterona, hormona masculina
que incita a la dominación, bastaban para explicar tradicionalmente por
qué los hombres son más proclives a la violencia y llegan a extremos de
crueldad inimaginables.
Pero estos datos hoy son ya cuestionables. Un novedoso y
curiosox estudio con reclusas de Alemania ha concluido que ellas se las
apañan mejor para ocultar su frialdad interior y la carencia de
sentimientos y empatía. «Las psicópatas constituyen una agujero negro
para la ciencia», afirma la psicóloga Anja Lehmann, de la Universidad
Libre de Berlín y autora de la investigación publicada por el semanario
Der Spiegel. Lehmann ha recorrido varias cárceles de mujeres para
elaborar un perfil de las reclusas con patología antisocial. Contactó
con 230 prisioneras para pedirles su colaboración; 60 se mostraron
dispuestas. Tras varias entrevistas, la investigadora identificó a seis
psicópatas. Como es habitual, se sirvió del cuestionario desarrollado
por el psicólogo Robert Hare en los años 70.
Un elemento importante de la batería de preguntas es indagar sobre conductas negativas anteriores.
Los psicópatas suelen mostrar alarmantes señales de desequilibrio
cuando aún son críos: torturan a animales, provocan incendios, se
muestran violentos y con diez o doce años ejercen algún tipo de abuso
sexual sobre sus hermanos o sus compañeros de clase.
Todavía no se ha identificado un patrón similar en las mujeres.
No es raro que muchos psicópatas hombres acumulen antecedentes
policiales antes de ser mayores de edad. Por el contrario, las mujeres
entrevistadas por Lehmann solo cometieron en su adolescencia fechorías
de poca monta: «Robaban gominolas o pintalabios, travesuras
insignificantes que no quedaban registradas como delitos».
La investigadora alemana encontró en la cárcel a mujeres inaccesibles desde un plano emocional. Confrontadas
a sus crímenes, no mostraban vergüenza. «Les da igual cómo las perciban
los demás, lo que es extraño, pues a las mujeres suele importarles la
imagen que transmiten», explica Lehmann. A su vez, comentaban con
frialdad los móviles de sus más horribles crímenes. «Por ejemplo, se
justificaban diciendo: «Me molestaba, quería echarme de casa», así, sin
más», recuerda. La compasión les era desconocida. «Son mujeres que
pueden arrasar todo a su paso. Irradian algún tipo de magnetismo sexual,
aun las menos atractivas, presentándose a los hombres como una presa
fácil. En realidad, quieren tener siempre el control.» Pueden arruinar a
su pareja mientras esta permanece sumida en un hechizo de indulgencia.
Las seis delincuentes entrevistadas por Lehmann interpretaban el papel
de mujer pasiva, agobiada y dependiente para conseguir lo que querían.
«Las mujeres, además, se las apañan mejor que los hombres para atenerse a
las reglas sociales, al menos en apariencia. Muchas psicópatas quedan
así fuera del radio de acción de la justicia. La combinación de estos
factores convierte a las mujeres en las psicópatas perfectas», advierte.
Esta conclusión es coherente con otros estudios. Por
ejemplo: mientras los asesinos en serie hombres matan durante unos
cuatro años de media antes de ser arrestados, las mujeres tardan más de
ocho en ser descubiertas y algunas han llegado a asesinar hasta durante
tres décadas. «Son discretas. No dejan la escena del crimen plagada de
huellas, no causan una gran alarma social dejando cuerpos diseminados
por diferentes lugares, no se regodean sádicamente antes de matar. No
torturan, no violan, no mutilan, no secuestran, a no ser que sean
cómplices de un hombre, lo que sucede en un tercio de los casos. Ellas,
sencillamente, matan», expone el historiador social Peter Vronsky en su
obra Female serial killers. Otra peculiaridad de las asesinas múltiples
es que suelen conocer a sus víctimas. Son el marido, los hijos, gente de
su entorno, pacientes a los que cuidan en un hospital... Los psicópatas
hombres, en cambio, eligen al azar.
¿Y cómo matan ellas? Lo habitual, en el 45
por ciento de los casos, es el envenenamiento. Solo el 20 utiliza armas
de fuego, objetos contundentes (16 por ciento) o cortantes (11), caso
más habitual entre los hombres.
Una circunstancia que sí se repite entre los asesinos en serie,
hombres o mujeres, es haber sufrido abusos en su infancia y pertenecer a
familias rotas por problemas mentales de los progenitores o de adicción
al alcohol o a las drogas. El trastorno comienza como una evasión de la
realidad. El niño tiene fantasías donde invierte los papeles: ya no es
el agredido, es el agresor. Y, en consecuencia, está a salvo. Tiene el
poder. Las fantasías son cada vez más destructivas hasta que llega el
momento en que el menor se atreve a hacerlas realidad. Aislamiento y
soledad, y a veces problemas de obesidad y acné, son comunes. También un
déficit de autoestima que se compensa primero con el fantaseo, después
con la agresión y más tarde con la habilidad para eludir el castigo. Se
genera un círculo vicioso de euforia -por la descarga de tensión-
seguido de depresión -lo que genera la expectativa de repetir- que se
retroalimenta. Las chicas no suelen comportarse de manera abiertamente
violenta, algo que sí terminan haciendo los chicos. Pero saben cómo
manipular a los otros, gracias a su mayor habilidad lingüística y
social, para ejercer la agresión de manera indirecta, según la
antropóloga Ilsa Glazer.
La psicopatía no tiene cura de momento. Todas las terapias
se han saldado hasta la fecha con fracasos. Para conseguir resultados,
los expertos consideran que habría que comenzar la intervención
psiquiátrica en la infancia. Y para ello se necesita, antes que nada,
diagnosticarla. Cuando acaban en un psiquiátrico, es demasiado tarde.
Por eso es tan importante el diagnóstico temprano y certero. La
psicóloga estadounidense Hallie Ben-Horin, por ejemplo, aboga por
adaptar el cuestionario de Hare al estudio específico de las mujeres.
Para ella, habría que prestar atención a tres aspectos que se han
descuidado. El primero es la agresión relacional. «Para las psicópatas,
las relaciones son un simple medio para conseguir un fin. A estas
mujeres les gusta difundir rumores maliciosos y hablar con desprecio de
los demás.» El segundo: la capacidad de manipulación. «Describen a los
demás como crédulos y débiles y expresan el convencimiento de que sería
absurdo no aprovecharse de alguien tan tonto.» Y el tercero: un estilo
de vida parásito. «Se instalan en la dependencia económica. Obtienen lo
que necesitan, bien presentándose como personas desvalidas o bien con
presiones y amenazas. Cambian a menudo de pareja y se fijan en hombres
con ingresos elevados.»
CON EL DIABLO BAJO LA PIEL
Menos conocidas que sus «colegas» masculinos, estas tres asesinas fueron igualmente despiadadas a la hora del crimen.
DOROTHEA PUENTE
La amable anfitriona
Hija única, huérfana con nueve años, madre de tres hijos que no quiso
criar, casada cuatro veces... La vida de esta mujer, condenada por tres
asesinatos -se le atribuyeron al menos nueve-, fue de todo menos
estable. Sus víctimas fueron ancianos a los que acogía en su casa de
Sacramento (California) para cobrar sus cheques de pensionistas. La
Policía encontró siete cadáveres en su jardín, lugar que Dorothea
cuidaba con esmero. Falleció en marzo en prisión.
AILEEN WOURNOSLA
La prostituta implacable
Su historia le valió un Oscar a la actriz Charlize Theron por Monster,
la película que cuenta su vida. En sus 46 años de existencia fue
abandonada por sus padres -él fue un pedófilo que se suicidó en
prisión-, violada por su abuelo y su hermano, se quedó embarazada con 14
años y antes de cumplir los 18 ya ejercía la prostitución. En 1992
admitió ante un jurado haber matado a siete hombres; todos ellos, dijo,
la violaron o intentaron hacerlo. Murió por inyección letal en 2002.
KARLA HOMOLKA
La barbie asesina
A ella y a su marido, Paul, sus amigos los llamaban Barbie y Ken. Ambos
tuvieron infancias felices, pero tras su aspecto de pareja adorable
fueron acusados de 43 ataques sexuales y una larga lista de asesinatos.
Entre las víctimas, Tammy, hermana pequeña de Karla, violada y
asesinada por Paul. Karla testificó contra su marido para conseguir una
sentencia de 12 años -la de Paul, cadena perpetua-. Hoy día, ella vive
en algún lugar de las Antillas, con su hijo y un nuevo esposo.
FUENTE:
ELSEMANAL