
Detalle del Informe del psicologo que le atendio hasta los años 90
«El paciente tiene una personalidad inmadura y una homosexualidad poco asumida»
En su pueblo parecen haber hecho un pacto de silencio. Nadie quiere hablar de lo sucedido con Joan. Un Kilometro cuadrado de silencio. El pueblo donde se crio uno de los asesinos en serie que quedara marcando la historia y cronica negra de España en la cual su propio alcalde no niega que exista tal pacto de silencio, comentaba Moisés Coromina «Sí, lo hay. Aunque ha sido algo espontáneo. La gente no habla por respeto a la familia, para no herirla»
"Había chicos más echados para adelante y otros más retraídos. Joan estaba entre los segundos", explica una amiga de infancia, que pide el anonimato. "Era muy buena persona, tímido e introvertido. Tenía una voz un poco afeminada, pero jamás le vimos decantarse por hombres o por mujeres. Nunca salió del armario", añade.
Buscando su futuro profesional, Joan se formo en Peluqueria en un centro de Olot. En sus ratos libres quedaba con las muchachas del pueblo y practicaba con ellas. "Nos hacía peinados a la moda. En aquella época se llevaba el estilo del grupo de música Mecano". Cuando los jóvenes del pueblo salían por Olot, Vila no solía beber ni fumar. "Era un chico de muy buen rollo y muy sanote. Estoy convencida de que es verdad eso que dice de que mató a las ancianas como un acto de amor. No ha sabido dónde estaba el límite", sostiene la antigua amiga de infancia. A su entender, Vila no tuvo una adolescencia fácil: "Su vida ha tenido varios golpes. En su juventud debió sufrir mucho por tener la cara marcada por el acné. Y además por su indefinición sexual. Encima, su sueño de la peluquería no salió bien".

La vida de Vila empezó a sufrir turbulencias constantes que le llevaron a saltar de un trabajo a otro.
Alli fue donde comenzo una ardua tarea de busqueda incesable de oficio llego a estudiar quiromasaje, pasando por ayudante de cocina en el casino de Peralada en la comarca del Alt Empordà, trabajó en verano en restaurantes de la zona turística de Empuriabrava e incluso trabajo en una estación de esquí y empleado en una fábrica textil como fue su madre. Sin llegar a encontrar su sitio decidio obtener el título de auxiliar de enfermería tras completar 150 horas en el psiquiátrico de Salt.
Algo pasaba en su cabeza y decidió pedir ayuda. A los 25 años, el 9 de julio de 1990, acudió por primera vez a la consulta del psiquiatra Jordi Pujiula, en Olot. Le dijo que tenía dificultades para retener lo que leía y que sentía miedo ante las aglomeraciones de gente. Cada uno o dos meses volvía a ver al doctor y le desgranaba sus fobias y sus angustias.

En aquella etapa, se encontraba perdido, desorientado y se vio abocado a una espiral de constantes cambios en su vida en busca de un equilibrio inalcanzable. Quizá eso explica por qué empezó a hacer cursos de todo tipo: quiromasaje, cocina, modisto, masajes, reflexología podal... En diciembre de 1994 inició las clases para ser auxiliar de clínica, pero las acabó dejando. Vila mostró por primera vez cierto interés en el mundo de la medicina, donde 16 años después cometerá sus crímenes.
Pero todavía no se dedicó de lleno a la sanidad. Optó por apuntarse a la Escuela de Hostelería del Alt Empordà y comenzó un periplo por restaurantes y hoteles de la provincia, de Roses hasta Olot dificultades de concentración, falta de energía, astenia... Para combatirlo se tomaba coca-cola, café, bebidas energéticas, ginseng. Devoraba chocolate y le costaba controlar su peso. Comía compulsivamente y le preocupaba lo que pensaban de él los demás. Los temblores de manos le martirizaban. Creía que su entorno se fijaba en ese problema.
En octubre de 1999, sobrepasado por las circunstancias, el celador probó con un nuevo psiquiatra, el doctor Josep Torrell Llauradó. A sus 34 años, sufría crisis de pánico, tenía poca autoestima, era influenciable y se obsesionaba por las cosas. Jamás tuvo ninguna relación sentimental. Durante las muchas sesiones con el médico, a varias de las cuales acudía acompañado de su madre, el paciente relataba su inestabilidad laboral, aunque admitía que le gustaba cambiar de trabajo.
Al año siguiente trabajaba en una pizzería en Empuriabrava, una urbanización costera del municipio de Castelló d'Empúries. Vila frecuentaba en verano la zona, donde tiene un apartamento de 20 metros cuadrados en un edificio mastodóntico de 17 plantas. Allí nadie conoce a nadie y eso, lejos del ambiente asfixiante de su pueblo natal, le permitía aflorar su otra cara. Un cocinero que trabajó con él recuerda que solía ir a una discoteca cercana de ambiente gay, situada en un polígono industrial, plagado de camiones, oscuro y alejado de todo.
El temblor de manos siguió obsesionándole y así se lo cuenta a su psiquiatra una y otra vez. Una y otra vez relata al doctor Torrell que le sudan las manos y que no paran de temblarle. Le receta ansiolíticos para relajarle. A pesar de su percepción, personas de su entorno aseguran hoy que no recuerdan que padeciera este trastorno. Pero él está convencido de que sí, incluso cree que fue despedido de un restaurante en Olot porque el encargado consideraba que no podía ser camarero si le temblaban las manos.

Su introversión aumentó tanto como sus problemas de conducta. «Trastorno ansioso depresivo en una personalidad con rasgos obsesivos», fue el dictamen de otro psicólogo del que ha sido paciente hasta acabar en la cárcel. Aunque Joan tiene la cabeza en su sitio. Sabe lo que hace y es consciente de ello. En eso coinciden todos los médicos. No es ningún loco y, por lo tanto, tendrá que responder penalmente por sus crímenes. Aunque eso será algo que determinará el psiquiatra designado por el juez.
En mayo de 2005, Vila entra en contacto por primera vez con ancianos. Consigue un contrato en la residencia geriátrica El Mirador de Banyoles, un pequeño establecimiento privado. "Las personas podrán gozar de un lugar tranquilo, soleado y con vistas panorámicas", un sitio "cómodo y agradable" para los residentes, según recoge su web. Su director, Jaume Caules, nunca sospechó de él. El día que Vila renunció a su puesto para irse a La Caritat, Caules le dejó las puertas abiertas para que volviese cuando quisiera.
Una compañera de trabajo recuerda que era el preferido de los ancianos. "¿Hoy no está Juanito?", preguntaban cuando Vila no les aseaba y les daba de comer. "Cuando todas nos íbamos a casa, él se quedaba fuera de su horario, planchando la ropa para que al día siguiente los abuelos fueran conjuntados. Él siempre decía que le gustaría ir al tercer mundo a ayudar a la gente. Era una persona de confianza, uno de los nuestros".
En El Mirador aguantó ocho meses y lo dejó para irse a La Caritat, en Olot, que está más cerca de su casa paterna, en Castellfollit de la Roca. Sigue con sus crisis de angustia y los temblores en las manos, de forma que decide tratarse en un centro de acupuntura. Persiste el cansancio, está decaído, con dificultades de concentración. Por primera vez Vila, el chico bueno de pueblo para el que nadie tiene una mala palabra, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo, se siente irritable. Incluso discute en alguna ocasión con sus compañeros de trabajo. Curiosamente, esos episodios de ira se producen en el otoño de 2009, cuando ya había asesinado a Rosa Babures y a Francisca Matilde, según ha confesado al juez Blanco.
Vila, que primero contó que mató a tres octogenarias con productos cáusticos, ahora asegura al magistrado que con el resto de sus víctimas utilizó un cóctel de barbitúricos (en seis de ellas) e inyecciones de insulina (en dos). El informe previo del forense, sin embargo, apunta que miente. De los ocho casos sospechosos, en cuatro hay indicios de que los ancianos pudieron morir intoxicados con algún producto abrasivo. Todavía hay que esperar al análisis de los tejidos para tener certezas.

¿Cómo se explican los asesinatos en serie de Vila, un hombre bien visto en su entorno y al que los psiquiatras que le trataron durante 20 años nunca le detectaron un perfil homicida? ¿Cómo es que nadie se dio cuenta de que era una bomba de relojería? Vicente Garrido, profesor de Criminología de la Universidad de Valencia, opina que "este tipo de personas sienten una especie de desequilibrio, de turbulencia, que les impide llevar una vida convencional y matan para restablecer el control". A su entender, "mataba para aliviarse de sí mismo".

El abogado del celador, Carles Monguilod, ha pedido al juez que unos peritos psiquiátricos examinen a su cliente. El magistrado ordenó el 2 de diciembre que dos médicos forenses especialistas elaboren un informe que determine "el estado psicopatológico, posibles trastornos de personalidad, anomalías en la esfera cognitiva, volitiva y/o afectiva y, finalmente, se determine un posible perfil psicopático" del encausado. Mientras tanto, el grupo de Homicidios de la Unidad Territorial de Investigación prosigue las pesquisas a la espera de conocer el contenido de varios pen drives y los dos ordenadores que intervinieron en la casa de Vila. Además, se llevaron batas médicas, zapatos y otras piezas de ropa para aclarar si tenían restos de productos tóxicos. El resultado definitivo de las autopsias determinará si es aconsejable exhumar más cuerpos.
Sus padres, Encarnación y Ramón, han ido a visitar a Joan a la unidad psiquiátrica de la cárcel de Brians, en Barcelona, donde está recluido. Durante las dos horas que estuvieron cara a cara, ni él ni sus progenitores mencionaron los 11 asesinatos confesados. El celador les dijo que estaba bien, que hacía cursos de cerámica. La visita a la cárcel es una de las pocas salidas que los padres de Vila han hecho desde que el 18 de octubre su hijo fuese detenido. Permanecen encerrados a cal y canto en su casa, en Castellfollit de la Roca. Ni siquiera abren las ventanas del balcón que da a la calle, frente a la iglesia. Unos vecinos les hacen la compra. No quieren oír hablar de periodistas. Una de las escasas ocasiones en que Encarnación bajó a la calle se encontró con la hija de una de las ancianas asesinadas. Ambas se echaron a llorar. "Tú eres víctima, pero yo también soy víctima", se dijeron.
"No os podéis imaginar por lo que están pasando", gritó el pasado miércoles una familiar de Vila, a la vez que expulsaba airada a los reporteros de El PAÍS a los que un minuto antes habia abierto la puerta de la vivienda tras confundirlos con unos amigos. En el pueblo un manto de silencio protege a los Vila. Los curiosos no son bienvenidos. "¡Váyanse de una vez y dejen en paz a esta familia, que ya tienen bastante con lo suyo!", reprocha un vecino de la zona.
Parece increible escuchar algun relato sobre Vila. El parecia desvivirse por sus amigas las octogenarias, tal era su afan por sus cuidados que las peinaba, les pintaba las uñas, las arreglaba...nunca olvidaba un cumpleaños, nunca dejaba de felicitar un santo...todo le hacia parecer la persona mas afable del mundo...pero llego la muerte de Paquita.
Paquita, que era la unica que no hablaba bien del celador, fue tal vez la unica que si sabia quien era realmente. A punto estuvo de desenmascarar a este asesino en serie. Paquita tenia 85 años era viuda y sin hijos.
Paquita mas de un mes intento denunciar los supuestos malostratos que del celador recibia.
"Este malparit, este maricón, me dio una hostia en la cara. Me llevó del comedor a la sala de confort [la de los ancianos menos dóciles] y me dejó este cardenal, miren. Es una mala persona".
Pero nadie en la residencia, y tampoco su sobrina, que la visitaba, llegaron a creerla. Una muerte que podria haberse evitado de haberla escuchado.
Testimonio de Joan Vila Dilmé recogido en diligencias previas 651/2010
«Entré en su habitación porque la oí toser. Le costaba respirar y se encontraba mal. Y pensé: quiero aliviarla. Fui al cuarto de la limpieza y llené una jeringuilla con lejía. Volví. Y le dije: 'Verás cómo con esto te vas a encontrar mejor'. Y le vacié la jeringuilla en la boca. Agonizaba, pero yo no tuve la sensación de que padeciera. Luego bajé al comedor y me sentí eufórico, como si fuera Dios».
Un testimonio que realizo fria y escabrosamente sin dejar de mirar al suelo, detallando los ultimos momentos de Paquita Gironés.
Vila ha confesado ante el juez el asesinato de 11 ancianos (nueve mujeres y dos hombres) y ha mostrado dudas en otro caso. Lo hizo durante 14 meses, según su relato. La muerte de Paquita Gironès, de 85 años, el 17 de octubre desenmascaró los crímenes del celador de Olot. Esta octogenaria fue derivada al hospital Sant Jaume, en la ciudad, a pesar de las reticencias de Vila: "No hace falta que aviséis a la ambulancia. Se está muriendo". Los médicos del centro vieron que la mujer tenía quemaduras en las vías respiratorias, el esófago y la boca. "Después de acabar su turno de trabajo, Vila acudió al hospital a ver cómo estaba la Sra. Gironès", recoge el acta de inspección del Departamento de Acción Social y Ciudadanía de la Generalitat de Cataluña.
Tras la terrible muerte de Gironès, en medio de una horrible agonía, los Mossos d'Esquadra iniciaron la investigación. Los médicos habían alertado de que el fallecimiento no era natural. "Hicimos gestiones para ver si ella misma se había tomado el veneno accidentalmente o con intenciones suicidas. Pero rápidamente descartamos esta hipótesis al comprobar que la mujer estaba imposibilitada", explica una fuente de la investigación. El cerco se estrechó: el autor del asesinato no podía ser nadie ajeno al centro porque ocurrió por la noche, en una residencia con varios controles para entrar y salir.
¡FALTABAN GRABACIONES!

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Los Mossos d'Esquadra interrogaron al día siguiente a una veintena de trabajadores del hospital y la residencia. Entre ellos estaba el celador. Los agentes se incautaron de las grabaciones de las 28 cámaras de vigilancia del geriátrico. En las imágenes vieron cómo Vila entraba en el cuarto de la limpieza a las 20.43 y cerraba la puerta en actitud sospechosa. Un minuto después salía del habitáculo y tomaba el pasillo hacia la habitación 226, donde dormitaba Paquita Gironès. Cinco minutos más tarde aparecía de nuevo en el pasillo y se dirigía a un lavabo próximo. Al cabo de unos segundos, se le veía en las imágenes en dirección a las escaleras. Diez minutos después una auxiliar de geriatría encendía la luz del distribuidor, camino de la habitación de Gironès. Allí descubría a la anciana agonizante. "La encontré de lado, con la mirada extraviada, la boca entreabierta, y la lengua de un color extraño, como grisácea, y con un poco de sangre en el labio. Corrí a buscar Joan Vila. Él siempre sabía qué hacer en estos casos", explicó la empleada María Asunción a los mossos.

Todos los indicios apuntaban a Vila. El celador, acosado por los agentes, se derrumbó y confesó que había obligado a la anciana a ingerir un producto de limpieza mediante una jeringa. Esta fue localizada en una papelera próxima a la habitación de la víctima. Vila utilizó GM6, un desincrustante ácido contenido en una botella de plástico de color blanco de un litro. Su acción es la destrucción tisular mediante la deshidratación de los tejidos y la abrasión de los músculos, según el forense.
Al día siguiente, tras enterarse de que habían detenido a un celador de la residencia La Caritat, Anna se puso en contacto con los Mossos d'Esquadra. Su tía, Sabina Masllorens, murió cinco días antes que Paquita Gironès. Anna relacionó en ese momento a Vila con el comentario que le hizo el dueño del tanatorio de Sant Joan de Les Fonts, Gregori Brunsó: "¿Su tía llevaba mascarilla de oxígeno cuando murió? Tenía unas extrañas marcas moradas en la cara que ni siquiera hemos podido disimular con el maquillaje". El causante de esas señales acudió con su madre al velatorio de la anciana para dar el pésame a la familia. Los parientes ignoraban entonces que Vila, con gran cinismo, había dejado escrito en el registro del geriátrico: "Exitus. La sobrina, el sobrino y el resto de familiares, muy agradecidos por el trato y las atenciones dispensadas a Sabina durante su estancia en el centro".
Los mossos preguntaron a Vila por la muerte de Masllorens. El celador confesó en ese momento que también la había matado. "Estaba sola en su habitación, medio dormida. Le metí lejía en la boca con una jeringuilla. Ella no dijo nada. Pareció como si se ahogase. Luego avisé a la enfermera Dolors Garcia, que dijo que seguramente había sufrido una hemorragia interna. No tardó en morir".

Antes de morir en el hospital Sant Jaume de Olot, rodeada por sus familiares, y sufriendo terribles dolores, Guillamet intentó quitarse varias veces la mascarilla de oxígeno. Sus hijos se lo impidieron. Hoy se preguntan si aquel acto desesperado de la mujer minutos antes de morir era para explicarle que Vila le había obligado a beber lejía. La directora médico del centro, Josefina Felisart, destacó el "gran sufrimiento" que padeció la víctima.

El magistrado ordenó revisar todos los muertos que hubiera habido en La Caritat desde que entró Vila a trabajar en diciembre de 2005. Los Mossos d'Esquadra presentaron la lista: de los 59 fallecidos en ese periodo, casi la mitad, 27, murieron en los turnos de Vila (fines de semana y festivos). Este año, 12 de los 15 fallecidos en el geriátrico fueron mientras Vila estaba trabajando. En 2009, cinco de la docena de muertes se habían producido estando él de guardia.
Después de analizar las historias clínicas de los internos muertos durante este año, los forenses encontraron ocho casos sospechosos. Sus muertes difícilmente se podían explicar como naturales. El juez ordenó el 19 de noviembre exhumar los ocho cadáveres enterrados en los cementerios de Olot, Sant Salvador de Bianya y Castellfollit de la Roca, los tres municipios cercanos. Vila acabó confesando el 30 de noviembre que había asesinado a seis de los ocho ancianos. Además, se atribuyó la muerte de dos octogenarias en 2009. El juez ordenó días después que se exhumasen también sus cadáveres.
Cronología de los asesinatos en la residencia La Caritat
29 de agosto
Rosa Babures Pujol. 87 años.
Ocupante de la habitación 310
19 de Octubre
Francisca Matilde Fiol. 88 años.
Habitación 308
Año 2010
14 de febrero
Teresa Puig Boixadera. 89 años.
Habitación 216
28 de Junio
Isidra García Aceijas. 85 años.
Habitación 226
18 de Agosto
Carme Vilanova Viñolas. 80 años.
Habitación 203
21 de Agosto
Lluís Salleras Claret, El James. 84 años.
Habitación 209
19 de Septiembre
Joan Canal Julià. 94 años.
Ocupante de la habitación 202.
25 de Septiembre
Montserrat Canalias Muntada. 96 años. Habitación 325
12 de Octubre
Sabina Masllorens Sala, 87 años.
Habitación 303
16 de Octubre
Montserrat Guillamet Bartolich, 88 años. Habitación 301
17 de Octubre
Paquita Gironès Quintana. 85 años.
FUENTES VARIAS: El Punt, ID, El Pais
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