Érase una vez en Milwakee, una extraña pareja: el matrimonio Oesterreich, que estaba compuesto por Fred y Walburga.
El primero era un hombre de grandes proporciones, y con varios vicios al alcance de su mano: cigarros, alcohol y comida; todos en grandes cantidades, y era dueño de una próspera fábrica de delantales, razón por la cual pasaba la mayoría del tiempo fuera de la casa.
La mujer era dueña de una figura espléndida, una hermosa dama que contrastaba altamente con la imagen de su marido.
El primero era un hombre de grandes proporciones, y con varios vicios al alcance de su mano: cigarros, alcohol y comida; todos en grandes cantidades, y era dueño de una próspera fábrica de delantales, razón por la cual pasaba la mayoría del tiempo fuera de la casa.
La mujer era dueña de una figura espléndida, una hermosa dama que contrastaba altamente con la imagen de su marido.
Los Oesterreich no se llevaban bien. Tras 15 años de matrimonio si bien no tenían necesidades económicas, si tenían una serie de problemas en su relación.
Walburga pasaba la mayor parte del tiempo sola, y cuando se encontraba con Fred generalmente acababan discutiendo.
Un día, mientras la mujer se dedicaba a su costura, se atoró su máquina de coser.
Acto seguido llamó a Fred quien envió a uno de los muchachos de la fábrica para reparar la máquina.
Así llegó el amor inesperado:
Al día siguiente, Otto Sanhuber de 17 años apareció en casa de los Oesterrich, un pequeño hombrecillo, que medía menos de un metro y medio, ojos caídos y sufría mucho de acné.
Si bien todos conocemos las extrañas razones del amor, nunca entenderíamos como estas dos personas tan opuestas podrían conformar una pareja, pero así fue: Otto y Walburga se enamoraron perdidamente el uno del otro y comenzaron su gran aventura.
Los amantes pasaban mucho tiempo juntos, pues inmediatamente después de que Fred abandonara la casa, Otto entraba a escondidas y pasaba el día haciendo el amor con Walburga, quien a su vez alimentaba a su amante con las provisiones de su esposo.
Una extraña forma de convivir:
Pasados 3 años, Walburga invitó a Otto a vivir en el ático de la mansión, y el hombrecillo aceptó de gusto, pues de esta forma tendría la mejor comida, habanos, vinos añejos y, además, tanto sexo como deseara.
La ubicación de la puerta al ático era más bien accidental, pero no por eso menos conveniente, pues se encontraba en el cuarto principal, directamente encima de la cama del matrimonio. Otto se mudó.
El arreglo demostró ser bastante exitoso para los amantes, pues Otto disponía de la casa la mayor parte del día, y para pasar el tiempo cuando no estaba con Walburga, se dedicaba a escribir historias de aventuras que luego la mujer le pasaba a máquina y las envíaba a editoriales.
En el principio o tuvo éxito pero un tiempo después el escritor prosperó y comenzó a recibir cheques regularmente. Walburga le abrió una cuenta en el banco.
Por otro lado, Fred se volvió una molestia a medida que pasaban los años.
Siempre se quejaba sobre las grandes cuentas de comida. Sus cigarros siempre desaparecían.
Cuando se quejaba sobre el ruido proveniente del ático, y no aceptaba la explicación de Walburga sobre los ratones correteando por ahí, ella le sugería que buscara ayuda psiquiátrica.
Fred pronto se volvió un asiduo visitante del diván.
Como diversión, generalmente, volvía a la casa con la cabeza en llamas y le daba unos cuantos golpes a su esposa. Walburga era filosófica: Era un precio pequeño a pagar.
En 1913 los Oesterreich se mudaron, pero Otto no fue molestado. Walburga se había asegurado de que su nuevo hogar tuviera un ático cómodo.
Los riesgos:
Si bien hubo momentos donde los amantes casi fueron pillados, pudieron zafar las situaciones de riesgo.
Un día Fred regresó a su casa de forma inesperada y encontró a Otto revisando la nevera. Creyendo que había aprehendido a un ladrón, Fred echó a Otto de la casa. Nunca se dio cuenta que estaba maltratando al amante de su esposa.
La extraña vida de Otto, Walburga y Fred transcurrió felizmente durante varios años, justo hasta la noche del 22 de agosto de 1922.
El momento final:
Esa noche Fred llegó a casa borracho. Comenzó a golpear a Walburga. Otto enfureció, pues ahora era mucho más esposo de Walburga que su cónyuge legal.
El pequeño sujeto bajó corriendo de su escondite en el ático, cogió una pistola calibre 25 de un estante y llenó a Fred de tiros hasta que el hombre murió.
Walburga se hizo cargo inmediatamente de la situación: Cogió el caro reloj de diamantes de la muñeca de su esposo y le dijo a Otto que regresara al ático.
Luego se encerró en un armario y pasó la llave por debajo de la puerta dentro del cuarto donde su marido Fred yacía bien muerto.
Un vecino, que había oído los tiros, llamó a la policía.
Los oficiales liberaron a la histérica Walburga del armario.
Le dijo a la policía que ella y su marido habían llegado a la casa y habían sorprendido a un ladrón. Fred se resistió cuando el intruso trató de quitarle su reloj.
El intruso disparó. Luego la metió en el ropero y lo cerró con llave.
La policía tenía algunas sospechas, pero de todas formas le creyeron la historia.
La viuda heredera:
Los bienes de Fred estaban valorados en casi un millón de dólares, pero había ciertos detalles a resolver antes de que el dinero pasara a manos de la viuda.
Walburga contrató a un abogado, Herman Shapiro, a quien en una de sus visitas le dio un regalo: un reloj de diamantes.
Shapiro recordó que el reloj de diamantes había sido retirado de la muñeca de Fred. Cuando le mencionó esto a Walburga ella sonrió y dijo que no se trataba del mismo reloj.
Las sospechas:
Tiempo después, una extraña coincidencia complicó a Walburga.
Hacía un año de la muerte de Fred. El Detective Herman Cline (oficial a cargo de la investigación original del asesinato de Fred), apareció para charlar con el abogado Shapiro.
Quedó atónito al ver el reloj del hombre muerto en el escritorio de Shapiro.
Cuando le preguntó, el abogado le relató la historia que Walburga le había contado.
Cline corrió a la casa de Walburga y se llevó a la viuda en custodia.
Walburga llamó a Shapiro por teléfono para darle unas instrucciones: “Sube a la gran habitación de mi casa. Golpea tres veces en la puerta del ático. Hay alguien allí (un medio hermano que es una especie de vagabundo). Dile que me he ido a Milwakee”.
Shapiro hizo lo que la mujer le indicó y apareció Otto. Shapiro contactó a un abogado criminalista, quien sugirió que Otto se fuera de viaje fuera del país.
Otto tomó aquellos dólares que había acumulado por sus historias y se fue a Vancouver.
Culpable pero libre:
Mientras tanto, la policía liberaba a la viuda de la prisión de Los Angeles.
Pasaron siete años.
Walburga vivió de la herencia de Fred hasta 1930, cuando el abogado Shapiro tuvo problemas financieros y decidió ir a la policía a contar lo que sabía.
La condena:
Walburga y Otto fueron arrestados e inculpados por el asesinato de Fred.
Otto fue hallado culpable de asalto. Como habían pasado las limitaciones de tres años, fue liberado.
Con 44 años, el pequeño galán salió caminando inmune de la corte.
En el juicio de Walburga el jurado no logró ponerse de acuerdo. Fue liberada.
Walburga, de 63 años, abandonó la sala de la corte con muchísimo dinero y una gran cantidad de hermosos recuerdos.
Walburgaa los 63 años,
libre de marido y de culpas.
libre de marido y de culpas.
0 comentarios:
Publicar un comentario