Satanismo en Alemania: Daniel y Manuela Ruda

El 6 de julio de 2001, Daniel y Manuela Ruda llevaron a Frank Hackert a su apartamento, en la localidad de Witten, Alemania.
Frank Hackert era un compañero del trabajo de Daniel. Una vez en el apartamento, Daniel lo golpeó con un martillo, y acto seguido Manuela comenzó a apuñalarlo.

Cuando Hackert murió, le grabaron en el pecho un pentagrama invertido, conocido como el símblo del Diablo.
La pareja juntó la sangre de su víctima en un recipiente y la bebieron, posteriormente hicieron el amor dentro de un ataúd que Manuela utilizaba para dormir durante el día.
La madre de Manuela recibió una carta de su hija que decía: “No soy de este mundo. Debo liberar mi alma de la carne mortal”. Asustada por su hija, y con la sospecha de que esta había hecho algo malo, llamó y avisó a la policía.
Tres días después del crimen, la policía llegó al departamento de la pareja.
Allí encontraron el cadáver de Hackert, con su sangre esparcida por todo el lugar.
La escena era temible. Los agentes pudieron observar la decoración del lugar, en donde encotraron imitaciones de cráneos humanos, cuchillos y machetes colgados en las paredes. Hallaron también una colección de objetos de culto satánico y una lista en la que figuraban 15 posibles víctimas con la anotación: “Alegraos, vosotros sois los siguientes“.
Inmediatamente se inició una búsqueda por todo el país de la pareja de criminales, a quienes encontraron 3 días después en una gasolinera, en un pueblo al este de Jena.
Un juicio poco duro

El juicio se inició a comienzos del 2002. La pareja declaró el asesinato de su amigo, pero negaron cualquier responsabilidad, ya que según las declaraciones de Manuela, lo hicieron siguiendo las órdenes de Satán: “No fue un asesinato, sino una ejecución. Satán nos lo ordenó. Debíamos obedecer, Teníamos que matar. No podríamos ir al infierno a menos que lo hiciéramos“. Y añadió friamente: “Queríamos asegurarnos de que la víctima sufriera“.
Estábamos sentados en el sofá y de pronto, Daniel se puso de pie. Golpeó con el Martillo a Frank. Mi cuchillo brillaba y escuché una voz que decía: “Apuñálale en el corazón”. Entonces se lo clavé. Vi una luz a su alrededor. Era su alma, que había salido del cuerpo. En ese momento recitamos una letanía satánica“.

El veredicto del tribunal fue bastante más leve de lo que exigía la familia de Hackert: Manuela fue sentenciada a trece años de prisión y su marido recibió una condena de quince.
El juez Arnjo Kersting-Tombroke decidió que antes de entrar en prisión la pareja debería recibir tratamiento psiquiátrico.
Actuaron motivados por la ira, la ira de sus mentes atrofiadas contra el sano. No se trata de mística o magia, sino de un crimen deplorable. Los acusados se han agarrado al satanismo para huir de sí mismos. No han tenido una vida feliz. ¿A quién le gustaría estar en su piel?“, señaló el juez Kersting-Tombroke, en la argumentación de la condena, superior a la petición del fiscal.
El diagnostico de los médicos hizo que la pareja recibiera una condena menor a la estipulada: “su responsabilidad estaba notablemente disminuida”, los definieron como “individuos profundamente perturbados“.

A lo largo del juicio surgieron numerosos datos que apoyaban el carácter ritual del crimen. Los asesinos se habían casado el 6 de junio (el 6 del sexto mes), y llevaron a cabo su sacrificio el 6 de julio.
Estas fechas configuran una conocida cifra: 666, el número de la bestia en el Apocalipsis de San Juan.
Daniel y Manuela aparecieron en el juicio con una apariencia siniestra: ropas negras, botas militares, cruces invertidas y peinados llamativos.
La joven explicó que se había iniciado en el satanismo en el ambiente metalero del Reino Unido. “Allí frecuento locales de este tipo, e incluso llego a realizar prácticas de vampirismo”.

Manuela mostraba una gran repulsa hacia la luz del Sol. y había reemplazado dos de sus dientes por colmillos de animal para parecerse más a un vampiro.
Ante la atenta mirada de los presentes, Manuela Ruda reconoció haber bebido sangre de voluntarios que había conocido por Internet y que junto a un grupo de personas con gustos similares, había frecuentado cementerios.
Incluso relato como se había echo enterrar en una sepultura “para saber que se sentía “.
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