Una mañana un jubilado, FranciscoVillar Rubio, por aquel entonces de unos 65 años, estaba buscando caracoles, en la cuneta de la carretera de León a Caboalles, más concretamente en la Pinilla, cuando iba andando y vio una bolsa de plástico, miro a su alrededor si habían caracoles agarrados.
Al cogerla pensó que pesaba bastante y muerto de curiosidad la abrió, un olor muy denso le golpeó el rostro, ya que dentro encontró restos, al principio el se pensaba que se trataba de un animal muerto, pero fue observando y se dio cuenta de que esos restos eran de un varón, ya que Francisco había ido a la guerra, y ahí desafortunadamente tubo que ver muchos cadáveres, pero aquello que había encontrado era muy catastrófico, se trataba de las caderas y las extremidades inferiores de un cuerpo limpiamente seccionado por la cintura, daban la impresión de haber estado mucho tiempo en agua, donde quedaron desangrados y la ropa que acompañaba a esos restos humanos estaban húmeda.
Al inspeccionarlo el forense indicó que los restos humanos pertenecían a un varón joven, de unos 20 a 25 años como mucho, que aproximadamente media unos 170 centímetros, de unos 80 o 90 kilos de peso. Y fijaron como momento de la muerte entre siete y diez días antes del hallazgo de los restos.
Tras del hallazgo de la bolsa la Guardia Civil, realizaron varios rastreos por la zona, en busca de la parte superior del cadáver, ya que sin que apareciera esta era imposible identifcar el cuerpo.
Al inspeccionarlo el forense indicó que los restos humanos pertenecían a un varón joven, de unos 20 a 25 años como mucho, que aproximadamente media unos 170 centímetros, de unos 80 o 90 kilos de peso. Y fijaron como momento de la muerte entre siete y diez días antes del hallazgo de los restos.
Tras del hallazgo de la bolsa la Guardia Civil, realizaron varios rastreos por la zona, en busca de la parte superior del cadáver, ya que sin que apareciera esta era imposible identifcar el cuerpo.
Con el cadáver casi completo (faltaba un brazo, con el que se rumoreaba que la asesina hacia tapas en su bar), se supo que el muerto era Carlos Fernández Guisuraga, de 28 años.
Eso sirvió para detener a la asesina, Covadonga Sobrino Álvarez, quien regentaba el bar ¡Ay!, en El Portillo, en la carretera de Valladolid. Fue condenada a 21 años de prisión mayor.
La parte superior del cadáver se encontraba en proceso de descomposición, y las facciones de la cara estaban momificadas, pero bastante irreconocibles. No había ni papeles ni ningún objeto que pudiera ayudar a reconocer de quien se trataba, solo había un jersey de color gris con un caballo de ajedrez sobre la parte izquierda del bolsillo, pero era un jersei corriente, que no significaba nada.
La boca del cadáver de la victima estaba abierta ya que posiblemente se dio cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor.
A pesar de las pocas pruebas, el Instituto Armado consiguió saber quien era la victima.
Se trataba de un joven de 28 años, Carlos Fernández Guisiraga, soltero, soldador, de carácter violento y vida irregular, que carecía de domicilio conocido y que tenía un tatuaje con sus iniciales en el brazo derecho, precisamente una de las partes del cuerpo que no habían sido halladas.
La parte superior del cadáver se encontraba en proceso de descomposición, y las facciones de la cara estaban momificadas, pero bastante irreconocibles. No había ni papeles ni ningún objeto que pudiera ayudar a reconocer de quien se trataba, solo había un jersey de color gris con un caballo de ajedrez sobre la parte izquierda del bolsillo, pero era un jersei corriente, que no significaba nada.
La boca del cadáver de la victima estaba abierta ya que posiblemente se dio cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor.
A pesar de las pocas pruebas, el Instituto Armado consiguió saber quien era la victima.
Se trataba de un joven de 28 años, Carlos Fernández Guisiraga, soltero, soldador, de carácter violento y vida irregular, que carecía de domicilio conocido y que tenía un tatuaje con sus iniciales en el brazo derecho, precisamente una de las partes del cuerpo que no habían sido halladas.
El reconocimiento del cadáver llevó a la inmediata detención de la presunta asesina, una mujer con la que Carlos Fernández mantenía una estrecha relación: Covadonga Sobrino Álvarez, de 42 años, propietaria del bar Ayi, situado en la localidad de El Portillo.
La reconstrucción policial de los hechos estableció que el crimen sucedió la noche del 3 de mayo de 1975, y que durante el trágico suceso estuvo presente un sobrino de Covadonga de 15 años. Aquella tarde Covadonga y Carlos comenzaron una larga discusión, que habría de acabar en una pelea y, después, en el terrible golpe de hacha que arrojó al hombre al suelo.
Todo sucedió en las dependencias del bar dedicadas a vivienda. Las palabras crispadas que cruzaron la presunta culpable y la víctima se refirieron en un momento dado al sobrino de Covadonga, quien, con su presencia, interfería en las relaciones que mantenía la pareja, por lo que Carlos, muy exaltado, se dirigió hacia él amenazante. Cuando la mujer pensó que su sobrino podía sufrir daño empuñó un hacha pequeña, muy afilada, que utilizaba normalmente para las tareas del bar, y golpeó a Carlos ciega de ira. El hombre cayó al suelo con estertores de muerte. Aunque estaba muy mal herido, llegó a murmurar: "Te mato"; pero ella le continuó golpeando, seguramente ya sin poder parar, imprimiendo a su brazo una fuerza tremenda.
Un cliente entró en el bar mientras se desencadenaba la tragedia. Covadonga, recuperando la frialdad que le haría famosa, mandó a su sobrino para que le atendiera. Ella, entre tanto, limpiaba las huellas del crimen y trasladaba el cuerpo hasta la bodega. También se deshizo de los documentos de la víctima. Acto seguido ordenó a su sobrino que fuera a acostarse, y alternó con los clientes hasta pasadas las tres de la mañana. Nadie la notó diferente aquella noche, con el cuerpo aún caliente de Carlos en la bodega. Cuando cerró el bar, bajó al lugar donde había dejado el cadáver y procedió a descuartizarlo.
La mañana del domingo 4, Covadonga llevó a su sobrino a jugar un partido de fútbol en su automóvil, un Renault Gordini. Cuando le dejó en el campo, se marchó a terminar su tarea: colocó, ayudada con el arma homicida y un cuchillo de ancha hoja, las dos partes del cadáver en unos sacos de plástico. Cuando el muchacho terminó su compromiso deportivo, Covadonga fue a recogerlo y le dijo: "Vamos a dar un paseo".
En la parte de atrás del vehículo, encima del asiento y no en el portamaletas, iba el cuerpo de Carlos, en las dos sacas. La mujer llevó a su sobrino a dar varias vueltas, siempre por caminos vecinales, buscando lugares apropiados para deshacerse del cadáver.
La maldición del ¡Ay!
La última leyenda tiene mucho que ver con el hecho incuestionable de que 35 años después sigue sin venderse ni alquilarse el edificio, pese a estar en una zona en la que ha habido un evidente boom de la construcción por su cercanía a la capital y las vistas que ofrece. Se ha vendido todo menos el ¡Ay!
¿Maldición? Iker Jiménez ha estado grabando para su programa.
Fuentes Noticia: Saber.es, Libertad Digital, Prezi, La Cronica de Leon.
No es verdad donde apareció la segunda parte
ResponderEliminarBuenos dias anonimo! si tiene información sobre el caso y fuentes, y quisieras colaborar aportandola, puedes colaborar con Criminal Descubierto enviando dicha informacion a Criminal-Descubierto@live.com
ResponderEliminarMuchas Gracias
Hola, alguien sería tan amable de dicirme si esa casa del bar-restaurante sigue en pie, si ha sido demolido el sitio?? He estado buscando por Google Streetview y no consigo dar con el lugar! Sería alguien tan amable de decirme si esa edificación sigue en pie o su localización exacta. Saludos y muchas gracias.
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