El crimen causó una gran conmoción, sobre todo cuando la principal sospechosa resultó ser la propia hija…
La historia:
Lizzie Borden y su hermana Emma, las hijas de Andrew Borden, detestaban a la mujer que se había casado con su padre tras la muerte de su madre, al punto de que, a menudo comían en sus habitaciones sin acompañar a sus padres en la mesa.A medida que el tiempo pasaba, las muchachas más resentidas se mostraban con su madrastra.
El día del crimen:
El 4 de agosto de 1892, Emma se había ido a casa de una amiga, y sólo Lizzie y la criada quedaron en casa con el matrimonio.
Alrededor de las 11 de la mañana, Lizzie descubrió el cadáver de su padre, que había sido asesinado mediante once hachazos en el cráneo que recibió mientras dormía en el sofá.
La criada la oyó gritar: “¡Bridget, rápido, baja! ¡Padre está muerto! ¡Alguien ha entrado y lo ha matado! Deben haberlo hecho mientras yo estaba en el establo…”
Cuando llegó el médico, subieron para avisarle a la madrastra.
Una vez arriba, descubrieron que ella también había muerto, esta vez con veintiún hachazos en la cabeza.
El cadáver, medio oculto tras la cama, ya estaba frío y con la sangre coagulada.
Había muerto antes que el señor Borden.
Andrew yAnnie Borden
La investigación:En el sótano de la casa la policía descubrió cuatro hachas y una azada, esta última cubierta por ceniza de carbón recientemente aplicada.
Dos días después se realizó el funeral y los cadáveres fueron incinerados, exceptuando las cabezas, que fueron conservadas para seguir la investigación policial.
Los hechos:
El día del crimen, la puerta principal estaba cerrada con llave.
La casa estaba rodeada por una alta cerca de alambre de espino, por lo que los únicos sospechosos eran las personas que vivían en la casa.
Como Emma no se encontraba en el lugar en el momento del crimen, y el matrimonio había resultado muerto, solo quedaban como posibles asesinas Lizzie Borden, la hija mayor, y Bridget Sullivan, la criada.
Lizzie aseguró haber oído un gemido mientras se encontraba en el exterior de la casa y dijo también que el intruso habría tenido que entrar por la cocina mientras estaba el establo. Pero nadie pudo confirmarlo.
Las sospechas de la policía recaían gravemente sobre Lizzie, y fue detenida el 11 de agosto aunque ésta se declarase inocente.
El 25 de agosto, tras la audiencia preliminar, el juez la dejó en libertad sin fianza hasta su presentación al Gran Jurado en noviembre.
Tras la detención, la prensa la pintó como una heroína y mártir. Todos creían en su inocencia.
Un año después, en el juicio, el público la saludó y vitoreó.
Se había convertido en un ídolo. De todos lados le llegaban felicitaciones, y era la estrella de las portadas de los periódicos.
Las evidencias:
Lizzie tenía dos motivos para realizar el asesinato, por un lado el dinero del padre, un hombre de mal carácter, estricto y avaro, tan estricto y sumamente protector, que las puertas interiores de la casa siempre estaban cerradas con pestillo y el señor Borden tenía a Lizzie como una niña pequeña. A sus cuarenta años, le estaba prohibido salir de casa para hablar con extraños.
Y por el otro lado, el rechazo hacia su madrastra, que al parecer era una mujer hipocondríaca muy posesiva y que nuncha había encajado en aquel hogar.
Lizzie consideraba el amor de su padre hacia su madrastra como una amenaza directa para la futura herencia de la riqueza familiar en perjuicio de su hermana y ella misma.
Al matar a su padre y a su madrastra, despejaba el camino de la herencia, que de este modo no tendrían que compartir con un elemento “extraño” de la familia.
Si en verdad los asesinó, seguramente fue por conseguir lo que consideraba sus bienes y derechos.
Ella era la única persona que había podido matar a sus padres.
De todos modos, Lizzie no prestó testimonio ante el juez, quien tampoco aceptó el testimonio de un vendedor que afirmó el doble intento de la muchacha por comprarle ácido prúsico, pues la acusada alegó que lo utilizaba como antipolillas.
La defensa se aferró a la ausencia de sangre en sus ropas, sin darse cuenta que la mujer pudo haber cambiado de ropas entre que los mató y “descubrió” los cadáveres.
Tampoco tuvieron en cuenta el testimonio de la criada afirmando que el domingo posterior a los crímenes, Lizzie estuvo quemando un vestido nuevo que estaba manchado “con pintura”, “para ordenar un poco el guardarropa”, según ella misma.
Tampoco era cierto que en el momento de los hechos, Lizzie estuviese en los establos, pues el calor que solía hacer allí dentro no se soportaba muchos minutos, ni tampoco había polvo de pisadas en los tablones.
Los cráneos de las víctimas tras los hachazos de Lizzie.
La sentencia:
Si bien todas las pruebas apuntaban a Lizzie, y 21 de los miembros del jurado votaron a favor de acusarla de asesina, el tribunal, presionado por el pueblo que la consideraba inocente la declaro como tal.
El juicio fue el mayor acontecimiento de los medios de comunicación de la época, creó un enorme movimiento no sólo en los periódicos, sino también en las organizaciones religiosas, grupos femeninos, etc.
Tras salvarse de la pena de muerte, aprovechó los 250.000 dólares de la propiedad de su padre para comprar otra gran mansión en la que pasaría sus 34 años restantes.
A pesar de todo eso, curiosamente a mujer fue absuelta.
Cuando el portavoz del jurado pronunció el veredicto de “inocente”, el público de la sala comenzó a aplaudir y a felicitar a la mujer, quién rompió a llorar pidiendo que se la llevara a casa…
Lizzie Borden es una de las más conocidas asesinas de la historia, sin duda por lo violento que resultaron los crímenes y el inquietante juicio que desencadenó.
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