CRONOLOGÍA
19 de enero. María Esther Jiménez, de 13 años,
fue vista por última vez a las 21.10 horas junto a un puente. Los padres
denunciaron la desaparición poco después.
20 de enero. La Guardia Civil organizó una batida por el municipio. A las 19.30 horas, un bombero encontró el cuerpo de la menor en la caseta de la depuradora de una piscina a las afueras del pueblo.
21 de enero. Se realizó la autopsia al cadáver, en la que participaron cinco médicos forenses y a la que asistieron seis guardias.
23 de enero. Los agentes concluyeron la inspección ocular del escenario del crimen y empezaron a interrogar a vecinos, a los que tomaron muestras de ADN.
24 de enero. Dos psicólogos de la Benemérita se desplazaron desde Madrid para trazar un perfil del agresor y verificar los testimonios recabados.
25 de enero. Un testigo declaró que vio a María Esther la noche de la desaparición con un desconocido a unos 100 metros del lugar donde apareció el cuerpo.
1 de febrero. Los padres de la niña y un centenar de vecinos quisieron rendirle un homenaje el día que hubiese cumplido 14 años.
3 de febrero. La Guardia Civil detuvo a Rubén V. R., de 17 años, como presunto autor del crimen.
4 de febrero. Un juez ordenó el internamiento en régimen cerrado del menor durante seis meses.
20 de enero. La Guardia Civil organizó una batida por el municipio. A las 19.30 horas, un bombero encontró el cuerpo de la menor en la caseta de la depuradora de una piscina a las afueras del pueblo.
21 de enero. Se realizó la autopsia al cadáver, en la que participaron cinco médicos forenses y a la que asistieron seis guardias.
23 de enero. Los agentes concluyeron la inspección ocular del escenario del crimen y empezaron a interrogar a vecinos, a los que tomaron muestras de ADN.
24 de enero. Dos psicólogos de la Benemérita se desplazaron desde Madrid para trazar un perfil del agresor y verificar los testimonios recabados.
25 de enero. Un testigo declaró que vio a María Esther la noche de la desaparición con un desconocido a unos 100 metros del lugar donde apareció el cuerpo.
1 de febrero. Los padres de la niña y un centenar de vecinos quisieron rendirle un homenaje el día que hubiese cumplido 14 años.
3 de febrero. La Guardia Civil detuvo a Rubén V. R., de 17 años, como presunto autor del crimen.
4 de febrero. Un juez ordenó el internamiento en régimen cerrado del menor durante seis meses.
El cadáver
de una niña, un reguero de pistas inconexas, un pueblo levantado y un país
conmocionado. Es el panorama con el que se encontraron los agentes que han
llevado el caso de María Esther Jiménez Villegas, la menor de 13 años hallada
muerta el 20 de enero en Arriate. La imagen de su trabajo se cristalizó el
jueves, a las doce del mediodía, cuando seis vehículos todoterreno de la
Guardia Civil cortaron la calle La Viñilla para que un grupo de agentes de
paisano detuviera en su casa a Rubén V. R., de 17 años, como presunto autor del
crimen.
Para los investigadores, el caso queda cerrado con su arresto. Consideran que hay un único agresor y descartan nuevas detenciones. SUR desvela algunas claves sobre cómo se gestó la investigación de un crimen que ha tenido en vilo durante dos semanas a Arriate (4.200 habitantes), hasta entonces un tranquilo municipio de la Serranía de Ronda.
Todo comenzó el 19 de enero, cuando la Guardia Civil tuvo conocimiento de la desaparición de la menor. «Desde el primer momento nos temimos lo peor, ya que la niña carecía de antecedentes de fuga ni medios para escapar (no tenía novio)», explica un mando de la Benemérita. Los peores presagios se cumplieron a las 19.30 horas del día siguiente, cuando un bombero descubrió el cadáver de María Esther en la caseta de una depuradora en la finca de Juana Garrido, en la zona de La Curva.
Se activó el protocolo habitual para los casos de muerte violenta. «Lo más importante es preservar el escenario; se les pidió a los agentes que no tocaran nada y se envió una primera avanzadilla -cinco efectivos del Grupo de Laboratorio- para empezar la inspección ocular», relata el oficial. «Como era de noche y la luz artificial es menos eficaz, se decidió actuar solo lo imprescindible -el levantamiento del cadáver- y el resto se dejó para la mañana siguiente».
La inspección del lugar del crimen se demoró durante tres días. «Esas primeras 48 ó 72 horas van a determinar si resuelves el caso. Son la parte más importante de una investigación; si haces algo mal, puedes echar al traste el resto». Se delimitó un perímetro de 300 metros para la búsqueda de vestigios. «Primero acotamos un pasillo para entrar y salir, y a partir de este se hicieron batidas».
El escenario era rico en pruebas. Los agentes recabaron «centenares» de muestras -había numerosos cabellos, huellas, epiteliales y otros objetos de interés- que se llevaron a Málaga para someterlas a una primera criba. Se seleccionaron las que podían tener una relación directa con el crimen, como las que había en la piedra con la que se golpeó a la niña, de casi cuatro kilos, del tamaño y la forma de un balón de rugby.
Los agentes
del laboratorio malagueño tuvieron la misión de procesarlas y remitirlas a los
servicios centrales, en Madrid, donde un grupo de guardias, la mayoría
licenciados en Biología, se encargó de extraer el ADN.
Se creó un equipo mixto para trabajar en el caso. La Comandancia de Málaga destinó al completo al Grupo de Personas (se encarga de los homicidios, los secuestros o las desapariciones) de la Policía Judicial. Como refuerzo, desde Madrid llegaron otros tantos efectivos de la Unidad Central Operativa (UCO) especializados en estos casos. En total, veinte agentes, dieciséis hombres y cuatro mujeres, con el capitán de Policía Judicial de Málaga al frente. «Él ha sido el director de orquesta», confiesa un guardia. El horario: «Dieciséis horas diarias, de ocho de la mañana a doce de la noche». Herméticos, pese a la gran presión social y mediática.
Cuartel permanente
La Guardia Civil instaló un cuartel general permanente en el Ayuntamiento del municipio mientras se desarrollaba la investigación. «Nos dejaron la primera planta casi entera. Nos han tratado de forma magnífica, igual que la Policía Local de Arriate, a la que tenemos que agradecer su enorme colaboración en el caso».
Los profesionales se repartieron en tres grupos. El primero se dedicó a la inspección ocular y a las pruebas.
El segundo,
a investigar el entorno social de la víctima, muy amplio al tratarse de un
pueblo. Y el tercero, a la familia, más reducida ya que solo llevaban cuatro
años en Arriate.
A los cuatro días, ya tenían meridianamente clara cuál era la principal línea de investigación: «Joven (el ADN ya había revelado que era varón), seguramente del pueblo y conocido de la víctima». La estrategia de trabajo fue citar al mayor número posible de gente para interrogarla y recabar su perfil genético. Al final, han tomado declaración a más de sesenta personas. Casi todas ofrecieron coartadas férreas sobre lo que hicieron la noche de la desaparición de María Esther. Entre las que no la tenían, hubo algunas, aproximadamente media docena, que incurrieron en contradicciones.
Los investigadores sospecharon de Rubén antes incluso de conocer el ADN. Su coartada no les pareció sólida, ya que, al parecer, dijo haber estado con alguien que no lo confirmó. Luego llegaron los resultados de los análisis, que terminaron de señalarlo. Su código genético habría coincidido, en mayor o menor medida, con el que se extrajo de la piedra con la que golpearon a la niña, la sudadera con la que le taparon la cara y el pomo de la puerta de la caseta.
Pero las pruebas de laboratorio, en sí mismas, solo les servían para situar al menor en el escenario del suceso.
No para
sostener que era el supuesto autor del crimen. «El ADN, por sí solo, no
resuelve casos. La reconstrucción es clave para poder desmontar una coartada y
situar a un sospechoso en el lugar y a la hora determinada», expone el mando.
Con todas las pruebas sobre la mesa, y tras descartar a otros sospechosos, llegó el momento de la detención.
La decisión,
según el oficial, se tomó una hora antes. «El despliegue -algo más de treinta agentes-
estaba pensado y planificado. Solo había que activarlo». Arriate recibió el
jueves el segundo golpe de una misma tragedia: el presunto autor era un vecino.
Tras su arresto, la Guardia Civil puso en marcha también un dispositivo
permanente con patrullas uniformadas para evitar posibles disturbios. Ayer,
ante la ausencia de incidentes, se desmanteló. El pueblo tranquilo empieza a
recuperar la normalidad.
Fuente: Diario Sur
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